lunes, 14 de noviembre de 2016

AMOR INCONDICIONAL, narrativa. 1º bachillerato

Amor incondicional.


Me parece increíble pero han pasado ya siete años, siete años desde que tengo a mi perra, y he vivido muchas cosas junto a ella.
Aún recuerdo cuando fui a verla por primera vez, era la más pequeña de todos los cachorros que había en esa huerta, me cabía en la palma de la mano, y andaba despacito y torpemente con sus diminutos ojitos negros entornados y temblando, poco después cuando cumplió los dos meses fuimos a recogerla, la envolví en una manta, y la llevé abrazada de camino a casa.
Desde entonces se creó un fuerte vínculo además casi instantáneo, recuerdo tener que acariciarla hasta que se quedaba dormida ya que lloraba cuando me iba.
Supongo que si la tuviera que describir quizás la llamaría “pupas” porque le ha pasado de todo, yo creo que no he visto ni veré perro más delicado en mi vida, en siete años se ha hecho, contracturas, resfriados pequeños, medianos y grandes, tiene epilepsia, se ha puesto mala de la barriga mil veces y en una de ellas consiguió rescatar una porción de pizza de la basura (que era tan grande como ella) y huir como si fuera el mejor de los trofeos. En su corta vida ya ha tenido tres de las cuatro patas en el otro barrio, pero gracias a ella el veterinario puede disfrutar de unas buenas y merecidas vacaciones (así es mi perra, altruista y generosa).
Otra de las palabras que le pueden describir muy bien es “follonera”, yo soy una persona muy, pero que muy tranquila, pero ella ha conseguido ponerme los nervios de punta y hervir mi sangre, entre sus aficiones destaca, ladrarle a más no poder a cualquier perro que vea por la calle, a ella le da igual no levantar ni dos palmos del suelo, si ve a un pastor alemán le ladrará como si no tuviera las de perder, yo pensaba que con la edad echaría cabeza, pero como eso no ha pasado y a estas alturas dudo que pase,  he desarrollado dos teorías, una es que no es consciente de su tamaño y la otra es que no tiene instinto de supervivencia.
Ojalá, lo de “follonera” se quedara ahí, pero también tiene otra hermosa y adorable manía, cuando se monta en coche, si ella considera que ya deberíamos de haber llegado se pone a llorar, ladrar y chillar como si de ello dependiera su vida. A ella no le importa que solo llevemos quince minutos de viaje y nos falten dos horas para llegar, no, ese no es su problema, es el nuestro, y no se cansa. Si quedan dos horas, dos horas que ladrará y ya he comprobado que eso para ella es innegociable.
Un fin de semana, mi perra fue a mi cuarto para despertarme muy temprano (otro de sus malos vicios), mientras ella arañaba mi cama y yo la miraba con una mezcla de amor, odio y sueño, mi madre, que pasaba por ahí se rió y me dijo que no me quejara, que pocas personas me pueden querer con la misma devoción que tenía mi perra.
Y tiene razón.
Mi perra sigue cada paso que doy, muchas veces coge una de sus mantitas y se la lleva arrastrando a mi cuarto para dormir conmigo, cuando me ducho se sienta pacientemente en la puerta para esperar a que yo salga, cuando me voy de casa siempre me recibe con la misma alegría, le da igual que me valla a comprar el pan y tarde diez minutos o que venga del instituto tras ocho horas, ella me recibe entre saltitos y un nervioso y gracioso bailecito de lo contenta que se pone, a no ser que me valla varios días, porque entonces a todo eso le tenemos que sumar que se mea de la alegría y llora.
Al padecer epilepsia, aunque lleve medicación a veces le dan ataques en los que pierde el equilibrio y cae al suelo con fuertes convulsiones, cuando pasa eso la llevo corriendo a su cama ya que como en ese momento no controla su fuerza se podría romper una pata si choca con algo, si llego a tiempo le pongo una ampolla de Valium para que termine cuanto antes y a pesar de lo nerviosa que estoy finjo estar tranquila, la acaricio y la intento calmar susurrándole repetidas veces “tranquila”.
Una vez acaba yo pierdo la compostura ya que soy consciente de que en cualquier ataque se puede ir y me pongo a llorar, ella cuando me ve, aun torpe se sube a mis piernas, me lame las manos para calmarme, y lo logra.
Si lo miras bien lo que hace tiene cierto punto cómico, ya que finalmente acaba consolando a la que le había tranquilizado hace escasos minutos.
Supongo que por todo esto, al ser consciente de que cualquier día se puede ir, intento siempre pasar rato con ella y llevarla al campo para que corra girándose de vez en cuando porque no quiere perderme (otra muestra de que el sentimiento es mutuo), porque en un futuro no quiero arrepentirme de no haber hecho suficientes cosas con ella.
Y aunque ya hayan pasado casi siete años ella mentalmente no ha cambiado, ni para bien ni para mal, aunque su pelaje sí, y cuando antes solo me llenaba la ropa blanca de pelos negros como el carbón ahora también me llena la ropa negra de canas.
A pesar de eso, cuando la miro a los ojos en los que ya asoma la niebla de las cataratas puedo ver a la cachorrita que conocí y reflejados en ellos a la niña que la cogió.

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