Amor incondicional.
Me parece increíble pero han
pasado ya siete años, siete años desde que tengo a mi perra, y he vivido muchas
cosas junto a ella.
Aún recuerdo cuando fui a
verla por primera vez, era la más pequeña de todos los cachorros que había en
esa huerta, me cabía en la palma de la mano, y andaba despacito y torpemente
con sus diminutos ojitos negros entornados y temblando, poco después cuando
cumplió los dos meses fuimos a recogerla, la envolví en una manta, y la llevé
abrazada de camino a casa.
Desde entonces se creó un
fuerte vínculo además casi instantáneo, recuerdo tener que acariciarla hasta
que se quedaba dormida ya que lloraba cuando me iba.
Supongo que si la tuviera
que describir quizás la llamaría “pupas” porque le ha pasado de todo, yo creo
que no he visto ni veré perro más delicado en mi vida, en siete años se ha
hecho, contracturas, resfriados pequeños, medianos y grandes, tiene epilepsia,
se ha puesto mala de la barriga mil veces y en una de ellas consiguió rescatar
una porción de pizza de la basura (que era tan grande como ella) y huir como si
fuera el mejor de los trofeos. En su corta vida ya ha tenido tres de las cuatro
patas en el otro barrio, pero gracias a ella el veterinario puede disfrutar de
unas buenas y merecidas vacaciones (así es mi perra, altruista y generosa).
Otra de las palabras que le
pueden describir muy bien es “follonera”, yo soy una persona muy, pero que muy
tranquila, pero ella ha conseguido ponerme los nervios de punta y hervir mi
sangre, entre sus aficiones destaca, ladrarle a más no poder a cualquier perro
que vea por la calle, a ella le da igual no levantar ni dos palmos del suelo,
si ve a un pastor alemán le ladrará como si no tuviera las de perder, yo
pensaba que con la edad echaría cabeza, pero como eso no ha pasado y a estas
alturas dudo que pase, he desarrollado
dos teorías, una es que no es consciente de su tamaño y la otra es que no tiene
instinto de supervivencia.
Ojalá, lo de “follonera” se
quedara ahí, pero también tiene otra hermosa y adorable manía, cuando se monta
en coche, si ella considera que ya deberíamos de haber llegado se pone a
llorar, ladrar y chillar como si de ello dependiera su vida. A ella no le
importa que solo llevemos quince minutos de viaje y nos falten dos horas para
llegar, no, ese no es su problema, es el nuestro, y no se cansa. Si quedan dos
horas, dos horas que ladrará y ya he comprobado que eso para ella es
innegociable.
Un fin de semana, mi perra
fue a mi cuarto para despertarme muy temprano (otro de sus malos vicios),
mientras ella arañaba mi cama y yo la miraba con una mezcla de amor, odio y
sueño, mi madre, que pasaba por ahí se rió y me dijo que no me quejara, que
pocas personas me pueden querer con la misma devoción que tenía mi perra.
Y tiene razón.
Mi perra sigue cada paso que
doy, muchas veces coge una de sus mantitas y se la lleva arrastrando a mi
cuarto para dormir conmigo, cuando me ducho se sienta pacientemente en la
puerta para esperar a que yo salga, cuando me voy de casa siempre me recibe con
la misma alegría, le da igual que me valla a comprar el pan y tarde diez
minutos o que venga del instituto tras ocho horas, ella me recibe entre
saltitos y un nervioso y gracioso bailecito de lo contenta que se pone, a no
ser que me valla varios días, porque entonces a todo eso le tenemos que sumar
que se mea de la alegría y llora.
Al padecer epilepsia, aunque
lleve medicación a veces le dan ataques en los que pierde el equilibrio y cae
al suelo con fuertes convulsiones, cuando pasa eso la llevo corriendo a su cama
ya que como en ese momento no controla su fuerza se podría romper una pata si
choca con algo, si llego a tiempo le pongo una ampolla de Valium para que
termine cuanto antes y a pesar de lo nerviosa que estoy finjo estar tranquila,
la acaricio y la intento calmar susurrándole repetidas veces “tranquila”.
Una vez acaba yo pierdo la
compostura ya que soy consciente de que en cualquier ataque se puede ir y me
pongo a llorar, ella cuando me ve, aun torpe se sube a mis piernas, me lame las
manos para calmarme, y lo logra.
Si lo miras bien lo que hace
tiene cierto punto cómico, ya que finalmente acaba consolando a la que le había
tranquilizado hace escasos minutos.
Supongo que por todo esto,
al ser consciente de que cualquier día se puede ir, intento siempre pasar rato
con ella y llevarla al campo para que corra girándose de vez en cuando porque
no quiere perderme (otra muestra de que el sentimiento es mutuo), porque en un
futuro no quiero arrepentirme de no haber hecho suficientes cosas con ella.
Y aunque ya hayan pasado
casi siete años ella mentalmente no ha cambiado, ni para bien ni para mal,
aunque su pelaje sí, y cuando antes solo me llenaba la ropa blanca de pelos
negros como el carbón ahora también me llena la ropa negra de canas.
A pesar de eso, cuando la
miro a los ojos en los que ya asoma la niebla de las cataratas puedo ver a la
cachorrita que conocí y reflejados en ellos a la niña que la cogió.
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