HIELO
Hoy me he vuelto a despertar
sin darte los buenos días, y he de decir que mis sábanas se siguen arrugando de
la misma manera que lo hacían antes. ¿Recuerdas aquella vez que despertamos sin
nada más que el colchón bajo nosotros?¿Cuando lo único que nos importaba era
mantenernos abrazados como si el otro fuera a desaparecer al día siguiente? El
tiempo pasa de una manera fugazmente lenta, si, es algo contradictorio, pero lo
contradictorio está muy presente ahora para nosotros. Hace casi un año, y
parece más que una vida entera, desde que decidí no buscarte más, hace casi un
año desde que no he vuelto a escuchar aquel precioso sonido que acechaba entre
los pasillos cuando te encerrabas con tu violín en aquel cuarto. Hace casi un
año desde que no he vuelto a escribir más palabras sobre un papel ni pintado ni
una línea de rojo sobre aquel pequeño lienzo que está en la habitación que
construimos juntos. Esa, si. Aquella en la que nos escapábamos del mundo.
Fue, si no mal recuerdo, un
29 de Febrero aquel en el que, sentado sobre la silla del salón y con la mirada
en Dios sabe que planeta, me dijiste con aquellas palabras afiladas “Necesito
tiempo”. Y así, en gran recibimiento de aquellas, fue como fui cayendo en mil
pedazos sobre la pequeña alfombra sobre la que estaba la mesa en la que te
apoyabas. 29 de Febrero. ¿Bonita fecha verdad? Próxima ya la primavera y pasado
San Valentín, aquel último que no celebramos. Tiempo. Normalmente se le estima
a un espacio temporal, no muy largo, pero cuando este pasó conseguí darme
cuenta de que realmente no era ese tiempo el que pedías, más que tiempo querías
eternidad y más que espacio para pensar querías una distancia como la del Sol a
Plutón. Que difícil se hizo aquel momento, ni tú sabías lo que hacer ni yo cómo
moverme, y así fuiste acercándote a mí, con esa sonrisa quebrada que tanto
adoraba, con esa que ya no significaba lo mismo para nosotros. “Siempre estaré
ahí cuando me necesites” me dijiste mirando tranquilo como me quebraba en mil
pedazos por dentro, mientras me secabas los pulmones y me los arrancabas de
cuajo. “Siempre te necesito” fue lo que contesté, pero como si un sordo fueras
lo ignoraste y te dirigiste hacia el sofá que estaba frente a la chimenea,
llameante como si intentara quemar el hielo que había entre nosotros e
impotente porque muchos pequeños ladrillos de por medio le impedían hacerlo.
Cogiste tu chaqueta de cuero negro y sin siquiera dirigirme una mirada saliste
por la puerta llevándote contigo todas mis razones para sonreír. Y así fue como
se fue la llama, así fue como regresó el hielo, ese del que apenas me acordaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario